miércoles, 14 de diciembre de 2011

Ulises, Javier Salvago.

Como cuando, de niño, volvía al internado
tras el sueño feliz y libre del verano,
se despierta cansado, de mal humor, con ese
viejo regusto a estafa. Desayuna y enciende,
entre molestas toses, el primer cigarrillo
—le hace daño, lo sabe, lo tiene prohibido,
pero se dice de algo hay que morir—. Qué importa
un poco de veneno más, si la vida es corta,
por mucho que se estire, y está ya envenenada.
La vida, este inútil trabajo, esta batalla
a muerte y sin descanso, que le obliga a lanzarse
un día más, sin ganas ni ilusión, a la calle.
Ante sí, otra mañana, calcada, repetida,
agobiante y penosa como una cuesta arriba,
que hay que salvar. Lo mira con desdén la portera.
Un vecino lo esquiva..., mejor. Mientras espera
el autobús o un taxi, le asalta la pregunta
de siempre, inevitable: «¿qué hago aquí?». Sin duda,
nada, o apenas nada que merezca el esfuerzo.
—Por momentos, envidia esa paz de los muertos.—
Se eterniza el camino en múltiples atascos
que son como la imagen a escala del gran caos
de este final de siglo, febril y cambalache,
que oculta sus miserias con elegantes trajes
y juguetes de lujo. Con fingido entusiasmo,
lo recibe un colega al llegar al despacho.
Se acomoda y reanuda el trabajo pendiente.
«A las doce —le anuncian— reunión con el jefe.»
Redactar un proyecto, escribir unas cuñas
para un nuevo producto de belleza, que nunca
podrá lograr que nadie sea más bello por dentro
ni más feliz, por más que nos prometa sueños.
El tedio de mentir, el asco de saberse
cómplice de este burdo rey Midas que convierte
en mercancía todo lo que tocan sus manos.
Mas el banco no espera —se cobra lo prestado,
con usura y con creces—. La trampa es tan grosera
que sueña echarse al monte, pero ya no es quien era.
Consulta su reloj. Entre una cosa y otra
—reuniones, proyectos— va llegando la hora
de comer. Se despide hasta luego. En un chino,
ante un plato de arroz tres delicias refrito
y una ensalada china, le sigue dando vueltas
al tema de la vida malgastada. Comprueba,
al apurar su taza de té, que es el segundo
paquete el que estrena. Total, la vida es humo.
Le queda tiempo aún para estirar las piernas
antes de proseguir. Un canto de sirenas
lo llama desde un cutre salón recreativo
y entra al trapo, sabiendo de sobra que es un timo.
Sólo para tentar su suerte o sentir algo,
un poco de emoción, como quien bebe un trago,
se deja seducir por una tragaperras
que, al cabo, le confirma que todo es una mierda.
En fin, otra razón de más, otro motivo
para pensar en serio en un remate digno,
pero la vida, astuta, sabe jugar sus cartas;
hacerle eso a su hijo sería una putada.
Hay que seguir. La tarde no ofrece nada nuevo:
proyectos, reuniones... En resumen, el tedio
de mentir, de saberse cómplice del mercado,
Polifemo insaciable que nos va devorando.
Sobre las nueve cierra su ordenador. Acaba,
hoy como ayer, un día idéntico a mañana.
Opta por desandar, paseando, el camino
de regreso. La noche lo tienta con sus brillos,
con sus archisabidas promesas, que desoye
porque, por experiencia, sabe ya lo que esconden.
Una atractiva joven se le acerca y le pide
fuego... Quizás podría..., pero no se decide
a dar el paso. No, no está para esos juegos
que exigen entusiasmo, dedicación y un cierto
grado de confianza en uno y en su hombría
—bastante quebrantada, sin moral, distraída
con otras obsesiones—. Cruza el centro, rumiando,
en soledad ruidosa, lo absurdo de su estado.
Mientras la juventud, en los bares de moda,
se agita y bulle, pasa pensando en otra época,
en noches de aventura y deseo, interminables;
sabía allí la vida a lo que ya no sabe.
Ensimismado y lejos de todo, con su exilio
interior, llega a casa, cansado. Ya su hijo
duerme. Le deja un beso en la frente y se
a su lado un instante. En el salón, lo espera
su mujer. Se saludan con frialdad. —Su rostro
presagia la tormenta; se masca mar de fondo.—
Sin apartar los ojos de su labor, pregunta,
seca: «¿Qué has hecho hoy?» En la tele se anuncia
la panacea de todos los males. Le responde:
«Trabajar.» Ella dice que eso ya lo supone,
«pero ¿en qué?». Demasiado... ¿Cómo contar la nada,
el tedio, la rutina, la relación forzada,
forzosa?... «¿No comprendes que me paso los días
sola, que necesito que llegues y me digas
que existo y que te importo?... Estoy sola, ¿lo entiendes?»
Lo entiende, pero ¿y ella? ¿Comprende que la gente
no acompaña?... Se lanzan mutuamente reproches,
como dos enemigos defienden posiciones
encontradas, se dicen lo que tal vez no sienten,
sólo por humillarse, sólo por defenderse.
Sin control, la tormenta va subiendo de tono,
gritan, se desesperan, se amenazan... Y todo
¿por qué?, se lo pregunta más tarde, cuando ella,
llorando, se retira a la cama. ¿No era
esto lo que esperaba todo el día, el momento
de regresar a casa, a su isla, a su centro,
olvidarse del mundo, de sus trampas y pompas,
cerrar la puerta a todo, al menos unas horas?
De mal humor, nervioso, enciende un cigarrillo,
el último. Se lava los dientes, cierra grifos
y cerrojos, se pone el pijama y se acuesta.
Ella nota su roce y se da media vuelta.
Bastaría decir perdona, mas ninguno
de los dos quiere dar por perdido ese pulso
—tendrían que sentirse culpables, para ello,
y no hay culpables, sólo víctimas del enredo—.
Como dos enemigos, con sus dos soledades
de espaldas, se vigilan por si acaso uno hace
un gesto que propicie el encuentro, el abrazo,
la paz que ambos desean..., pero esperan en vano.
Lo que llega es el sueño, como una dulce tregua
de libertad, el sueño, la muerte por entregas.
    • Si analizamos más profundamente el argumento, se ve que el protagonista tiene una vida totalmente monótona y aburrida, ve todo con negatividad:
    “Desayuna y enciende,
    entre molestas toses, el primer cigarrillo
    —le hace daño, lo sabe, lo tiene prohibido,
    pero se dice de algo hay que morir—. Qué importa
    un poco de veneno más, si la vida es corta,
    por mucho que se estire, y está ya envenenada.”
    • En un momento dado dice que piensa incluso en suicidarse, pero no lo hace por el amor que tiene a su hijo:
    “Hacerle eso a su hijo sería una putada.”
    • Su trabajo tampoco le satisface, ya que tiene que engañar y mentir:
    “El tedio de mentir, el asco de saberse
    cómplice de este burdo rey Midas que convierte
    en mercancía todo lo que tocan sus manos.”
    • Lo único que quiere es llegar a casa y relajarse, pero cuando llega su mujer le echa en cara que lleva todo el día sola, que necesita que le diga que la quiere, y empiezan a discutir. Él se da cuenta de que su Ítaca, a la que tanto deseaba regresar, es igual que el resto de su vida. Se van enfadados a la cama, esperando a que el otro ceda mínimamente para reconciliarse, pero el orgullo y el sueño ganan, y cuando se quedan dormidos están todavía enfadados.
    • La vida de este hombre se puede comparar con la Odisea de Ulises:
    1. -“Se eterniza el camino en múltiples atascos”, al igual que Ulises se le eternizó el camino por todas las peripecias que pasó antes de volver a casa.
    2. -“Un canto de sirenas lo llama desde un cutre salón recreativo”, Ulises resistió la tentación de las sirenas, pero el protagonista del poema se deja engatusar por ellas, ya que dice: “se deja seducir por una tragaperras que al rato le confirma que todo es una mierda”.
    3. -Los dos personajes tienen un hijo al que quieren: ‘’Hacerle eso a su hijo sería una putada”
    4. -Cuando dice “Polifemo insaciable que nos va devorando” tiene una similitud y una diferencia, ya que Ulises consiguió liberarse de Polifemo, pero este fue devorando poco a poco a sus compañeros.
    5. -“Una atractiva joven se le acerca y le pide fuego”, a Ulises también lo tentaron muchas mujeres, y cayó en la tentación; en cambio nuestro Ulises no, pero no lo hace por fidelidad a Penélope, sino porque dice que no confía en su hombría.
    6. - Otra diferencia es que la Penélope que espera a nuestro Ulises no es comprensiva y paciente como la del mito, porque cuando llega a casa discuten y ella le dice “¿No comprendes que me paso los días sola?

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